Quillón, en la Región del Ñuble, fue el lugar escogido para llevar adelante la nueva fecha del Copec RallyMobil que se desarrollará entre el 29 y 31 de julio y que contará con los mejores exponentes de la disciplina motor.
Si bien Quillón se caracteriza por sus bellos paisajes naturales e impresionante arquitectura, también resaltan sus “cuentos y leyendas” que dan vida a un sector mágico que esperará a las tripulaciones y fanáticos.
A continuación, te presentamos algunas de las leyendas que rondan en torno a Quillón y que destaca el mismo municipio de la comuna.
“LA LAGUNA DEL TORO”
Inmediato a la segunda cima más alta del cordón del Cerro Cayumanque, en Coyanco, está la laguna del toro.
Un toro de cachos de oro se ha visto allí justo en la tarde, al caer el sol, que pone un perfil dorado en los árboles y las cosas del paisaje.
Es una pequeña depresión del terreno, en la que se formó este ojo de agua o laguna de pocos metros de largo y escasa superficie. Esta escondida entre matorrales y árboles diversos, en tal forma que se la encuentra solo llegando a sus mismas orillas.
Debe ser formada por vertientes que nacen en el mismo cerro, y que al no encontrar una salida fácil, formaron esta laguna.
Su ubicación – altura, visión – permite que la imaginación popular forje, entre otras, la leyenda del toro que la cuida. Quien ha visto el toro debe tener por seguro que la muerte ronda en torno suyo.
“LOS ENTIERROS EN EL CAYUMANQUE”
En la mitad de la falda sur del cerro Cayumanque vive José del Carmen Núñez. Hace años es el inquilino de la propiedad de don Patricio Navarrete.
Cerca de su casa hay una piedra solitaria y grandota, en medio de la chacra que le da sus alimentos a José del Carmen. Allí una noche en que la oscuridad jugó un papel de encubridora, y el ruido del viento fue cómplice, manos desconocidas y esforzadas sacaron un entierro habido bajo la piedra.
El hoyo dejado era grande. El tesoro tuvo que ser de monedas de plata.
La tradición indica que aquellos que descubren o se llevan un entierro, deben dejar en el mismo sitio, y a la vista, una muestra del tesoro encontrado.
Carmelo encontró una moneda de plata. Era como los pesos de muy antes, o como un tejo, lo guardó por muchos años como curiosidad. Y terminó por perderla. No sabe cómo. Pero la verdad era que mucha gente sabía dónde guardaba la moneda.
Más allá, en la cima de otra altura, junto a la cual pasa el camino, fue sacado otro entierro. Lo curioso es que entre ambos sitios, marcando las direcciones indistintamente, hay crisoles incaicos, inmutables pero significativos.
“SAN JUAN EN CERRO NEGRO”
San Juan se celebra en Cerro Negro con tanto entusiasmo como si fuera año nuevo. En todas las casas se efectúan prácticas de sortilegio: en la noche de San Juan se tiran tres papas debajo de la cama, se esperan las doce de la noche para sacarlas. Quien saca aquella papa totalmente pelada tendrá mala suerte: la papa a medio pelar, indica regular fortuna; la papa sin mondar dará suerte a su poseedor.
Se hace la prueba del espejo y la del lavatorio con agua, donde se reflejarán cosas bellas o nefastas, que esperan quienes buscan saber algo de los misterios del porvenir.
Mucha gente cree y espera ver florecer la higuera, debajo de la cual rondan visiones terroríficas, mientras se acerca la medianoche. Y todos, o casi todos, los habitantes de Cerro Negro beben a esta hora la infusión que se ha preparado de tres cogollos de hinojos, que dará fuerza y vigor a quienes la beban esa noche.
Al día siguiente se hacen juegos de destreza como aquel de matar el gallo. Hubo un San Juan que perdió la cabeza. La tradición indica aquí el meter un gallo en tierra, dejándole sólo la cabeza afuera. Los competidores de a caballo deben pasar al galope y con una varilla cortarle la cabeza al gallo, o arrancársela con la mano.
El premio para el vencedor de tal destreza es comerse el ave asada, muy ahogada en buenos tragos de vino tinto.
(Versiones de Iván de los Ríos, Calle Larga, Santa Clara)
“LA PRINCESA DEL LAGO”
La princesa que habitaba junto a la piedra de las brisas, en el islote de la Laguna Avendaño, en Quillón, ha sido vista muchas veces peinándose con peine de oro. Sus cabellos rubios como el oro nuevo, flotan al viento, el que transporta la modulación de algo que ella canta, pero que nadie ha podido percibir claramente, ni traducir.
En la víspera de San Juan ella se reúne con veinte donceles que existen prisioneros y encantados en el fondo de la laguna. Les invita a cenar. La mesa del festín está a la entrada del brazo bravo, y es una piedra que hay cerca de la superficie en forma de hongo, o sea, una mesa con una sola pata central.
Veinte adoradores son los donceles invitados. Ella coquetea con todos. Hay brindis y elogios, dulces palabras, promesas, bellos gestos y actitudes.
Faltando poco para la medianoche ella se levanta. Y la siguen los veinte mozos. Hay un breve paseo por la orilla de la laguna, y luego ella va a dejar a cada uno, y se despide sonriendo. Mirando a los ojos de cada galán, que allí queda en éxtasis. Y por un año más espera el retorno de ella.
El último es el favorito. En alguna parte empiezan a sonar las campanadas de medianoche. Y ella empieza a besarle. Con el último toque el último príncipe queda solo, a su vez. Y ella sube a peinarse y a cantar a las estrellas su pena de amor, que la brisa lleva como un mensaje que se pierde en la música del río cercano.
(Versión de Guillermo Cañón, Quillón)